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25.3.10

Simone Weil. Filosofía en carne propia.

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El ruido de la máquina

La fábrica podría llenar el alma con el poderoso sentimiento de vida colectiva –podría decirse que de una forma unánime– que otorga al obrero su participación en el trabajo de una gran industria. Todos los ruidos tienen un sentido, todos están ritmados y se funden en una especie de gran respiración del trabajo en común, en la cual se embriaga uno si forma parte de él. Y ello es tanto más embriagador, porque la soledad no queda alterada. No existen más que ruidos metálicos, mordeduras en el metal; ruidos que no hablan de naturaleza ni de vida, sino de la actividad seria, sostenida permanentemente y siempre cambiante, lo que sobresale, fundiéndose al mismo tiempo con ella, es el ruido de la máquina que uno dirige. No se tiene, en principio, una sensación de pequeñez como la que se tiene al encontrarse inmerso en la muchedumbre, sino la de ser indispensable. Las correas de transmisión, donde las hay, permiten beber con los ojos esta unidad de ritmo que siente todo el cuerpo por los ruidos y por la ligera vibración de todas las cosas. En las horas sombrías de la mañana y en las tardes de invierno, cuando sólo brilla la luz eléctrica, todos los sentidos participan de un universo en el cual nada...”.
Matéria sobre a importante pensadora francesa, publicada no jornal argentino Clarin.

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